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domingo, 8 de marzo de 2009

Epilogo de mis crónicas mejicanas

Ya estoy aquí… y descansado. Ayer estaba hecho unos zorros y ni los dedos me respondían. Pero ya hoy, tras reposar, oír a la Banda Municipal en su concierto de la Plaza de las Flores y comprobar que en mi plaza siguen manifestaciones y actos varios, me he decidido a dejar volar la inmediata memoria sobre este pasado tan reciente.

Hacer un análisis de lo que es Méjico es cosa harto difícil, pero es de obligado cumplimiento en razón de la acogida que hemos tenido allí. Méjico es eso que llaman un crisol de culturas, un caldero de cocinas varias y un estallido de color. Sus gentes son buenas y pueden romperse de amables y acogedoras; sus ciudades son cada una un mundo; sus calles son la vida misma, y todo, con sencillez, sin la aparatosidad, a veces artificial, de muchas grandes ciudades europeas. Méjico es… como es, nada más y nada menos. Visitarla, pasearla, oírla y empaparse de ella es la vida misma. De forma personal, y dado mi particular desconsuelo hacia los destrozos españoles a la lengua que Cervantes enriqueció, oír el español que hablan es un bálsamo al oído, es recordar que existía y sigue existiendo un lenguaje colorido y ajustado que vale para todo. Oír por ejemplo, un superlativa tal como; “¡Hay que ver lo guapérrimas que estáis!” es un viaje a otro mundo. Por eso, y repuesto de ese doloroso trance en que se ha convertido viajar en avión, done te hacen casi desnudar a cada momento, abrir las maletas, enseñar casi el píloro, y hacer una declaración de buenas intenciones continuamente, y del que lo único que he sacado positivo, es una nueva maldición, (esta vez, no gitana), que se podría resumir en desearla a quien te hace mal, “que tenga que hacer dos tránsitos seguidos en la Terminal Cuatro de Barajas”, algo hay que hacer para expresar cariño hacia ese mi otro país.

Como dicen que las imágenes valen más que las palabras, iré a lo facilón, a poner fotos, no fotos espectaculares, ni de las de concurso, sino de las de a ras de tierra, de las de haberlas sentido en el momento de darle al click. He intentado resumir mi Méjico en pocas imágenes; la de una niña desconocida que te mira picaresca intentando saber porqué hablas tan raro; la de una lonchería de Zamora, para mí, de sugerente nombre, en la que el castellano antiguo arrolla al modernismo comercial; la del mercado y mercadeo ordinario; la del toro que contribuye a hacernos la vista todavía más familiar si cabe; otra en la que he caído en la tentación de fotografiarme ante el símbolo azteca; una más de una cúpula que podría parecer florentina, si no estuviera tapizada con azulejos y acosada por cables y líneas de teléfonos, en una unión de antiguo, moderno y viejo; finalmente, en grande, su bandera, a la que tengo una gran envidia porque la ondean en toda parte y lugar (incluso en la boda estaba tras el altar mayor), sin que les dé vergüenza, sin que les parezca que son tal y cual, sino como orgullo de tenerla “para todos”, opinen lo que opinen y tengan el gobierno que tengan (lo mismito que aquí, que si la pones en algunos momentos, ya te “etiquetan” de algo malo y perverso). Lo dicho, envidia.

Como final, me voy a permitir la licencia de copiar -e incluso enmendar- a un poeta renacentista español, don Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), y aclaro que mi única enmienda y osadía ha sido sustituir la palabra y la dedicatoria “señora” por la de Méjico, por lo demás, lo bien escrito, pertenece enteramente a Don Diego, aunque el sentimiento, esta vez, lo pongo yo.

Tu gracia, tu encanto, tu hermosura,

muestra todo el cielo, retirada,

como cosa que está sobre natura,

ni pudiera ser vista ni pintada.

Pero, yo, que en el alma tu figura

tengo, en humana forma abreviada,

tal hice retratarte de pintura

que el amor te dejó en ella estampada.

No por ambición vana o por memoria,

o ya para manifestar mis males;

mas por verte más veces que te veo.

Y por solo gozar de tanta gloria,

(señora) Méjico, con los ojos corporales,

como los del alma y del deseo.

Mañana, será otro día, mañana “tendré” que leer periódicos, oír radio, es decir, mañana me encontraré con mi realidad, pero eso será mañana.

Hasta mañana.

Pepeprado

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