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lunes, 10 de agosto de 2009

Tarde de lunes

Reconozco que la culpa puede ser mía. Esta mañana no he podido escribir por estar de gira. La noche anterior y el principio de la mañana no fueron demasiado relajadas, las festivaleras vértebras se pusieron flamencas y me avisaron que si me salía del tiesto la iba a pagar. En fin, que el ánimo no está para muchas bromitas. Como primera medida, no he leído periódicos. ¿Para qué? Para saber que los negociadores de ETA siguen en su particular dialogo con los explosivos y que las bibis y las pajines siguen desbaratando el país, no me hace falta darme el disgusto de leerlo en letra impresa.

Pero cuando más tranquilo estaba e iba a empezar esta reflexión vespertina, ha sonado el teléfono fijo, lo que es raro porque ya nadie o casi nadie llama vía cable artesanal, todo es etéreo. Al descolgarlo una voz cavernosa, más adecuada a dar pésames y a anunciar condenas a muerte, ha intentado convencerme de que me han mejorado la vida a base de megas de ADSL y de venturas varias, así, por las buenas, sin yo pedirlo. Tras el primer sobresalto ante la llamada del Belcebú de nuestros tiempos, y una vez repuesto de la primera impresión, he hecho lo que creo que le pasa a todo cristiano o ateo al que lo llaman para decirle chorradas; me he cabreado un montón. No por las noticias que me daba el artilugio auricular, sino porque me estaba hablando una máquina, ¡a mí!, ¡al hijo de mi padre!, ¡una máquina!

Para arreglar el asunto, la metálica voz de ultratumba intentaba comenzar con mi colaboración un dialogo de gilipuertas en el que a mí, la única opción que se me daba era apretar teclas según me ordenaran. ¡Y una leche!

¿Qué puñetas hemos hecho mal, para que ahora la vida ciudadana, la nuestra, la rijan y dirijan las maquinas? Sería interesante saber en que momento hemos delegado nuestra facultad de pensar y de conversar en manos de los electrones de los coj.. (Cómo la rima sale fácil, me ahorro el exabrupto).

¿Donde quedan aquellas homéricas discusiones con las señoritas de la telefónica? Aquellas que acababan siempre diciendo aquello tan imponente y a la vez tan inútil de, “páseme con la supervisora! Eso es además otro misterio subvenido, porque en aquella civilización a la que ahora se culpa de machista a machamartillo, las que mandaban en el monopolio de las escuchadas y las gritadas, siempre eran supervisoras, nunca supervisor macho. Quizás por eso, Almodóvar nunca llego a hacer carrera en la compañía, lo que creo que fue una prematura puesta al borde del ataque de nervios del manchego, porque si hubiera persistido, ahora con las nuevas corrientes de opinión, sería Director General en razón de su estilo y modales.

Tiene narices que ya añores hasta las guerras dialécticas con la administración de aquello que todavía era “una compañía” y no “un ente”. No te arreglaban nada pero al menos te desahogabas un montón, y eso sí, darte de baja era tarea facilona; lo decías y punto, te borraban del mapa de los conectados ipso facto.

En cambio ahora, para empezar no tienes con quien hablar. Tu queja es un periplo, vía marcaciones de unos, doses y treses por, todo el orbe mundial, donde tienes que explicarle a una operadora que lo más seguro es que esté en una remota aldea venezolana, que la zona del centro o la de Capuchinos tiene problemas, lo que se asemeja a alguno de los trabajos de Hércules. Eso, sólo para problemas menores. Darse de baja… eso sólo queda al alcance de los elegidos.

Se dice que el nuevo Paraíso Laico es un lugar donde dices que te quieres dar de baja del móvil… y te dan. Así, sin más. Me da la impresión de que esto tiene que ser verdad.

Hasta mañana, espero que más tranquilito.

Pepeprado

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